jueves, 22 de enero de 2009

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(Clic)


Qué extraño, mi esposa durmiendo en el dulce abrigo de las sabanas y yo aquí levantado, frente al marco de la ventana, una noche muy fría mi aliento se marca en el vidrio.
Qué demonios hace una persona levantada a estas horas de la noche, frente a la ventana observando un misterioso auto color rojo que se acaba de estacionar en la contra acera a un lado de un árbol que a mí me trae tantos recuerdos; de mi infancia, de mis viejos amigos, aunque ya no veo a todos aun tengo a los más cercanos a mi alrededor ¿Qué estarán haciendo en este momento?
No. La verdad solo me pregunto de uno ¿Qué estará haciendo ese tonto? Humm. Conociéndolo seguro esta metiéndose en problemas. Pero ya me desvié mucho, lo que en realidad me preocupa es quien es el tipo del auto que le acaba de dar un golpe a mi coche.
—Que hermosas están las estrellas, las pocas que se ven atreves del vidrio del quemacocos, savia que no debía aceptar que me polarizaran todos los vidrios del coche por 200 baros ¡que trabajo mas mal hecho!, están tan oscuros que apenas si puedo ver los celestiales destellos de las estrellas, y tal vez no solo son los vidrios mal polarizados sino, mis pupilas dilatadas que ya no enfocan bien. —
Ya es mucho el rato que ese tipo esta frente a mi casa me dan ganas de ponerme la bata, bueno, primero los pantalones, si los encuentro; y por qué no también el bate. No porque no quiero despertar a mi esposa por que seguramente el bate esta en el ropero y haría mucho ruido al buscarlo.
Ese ropero, como está lleno de trebejos, mi esposa quería que lo limpiara en el verano pasado, y no le hice caso.
Me alejo de la ventana y me desplomo en la orilla de la cama; ¡que collón soy!, me estoy haciendo tan wey, sabiendo que desde el principio debí haber salido, para ver porque le dio un golpe a mi coche ¡bah! Saldré después quiero una chela.




No es una noche como para ver las estrellas, es una de esas extrañas noches en las que la atmosfera pareciera saber los actos atroces que he cometido, llena de ese lúgubre efecto, si una de esas noches en las que la luna es tan luminosa y por lo tanto: penetrante como los rasgados ojos de un gato negro que te miran sin parpadear; como está lleno el auto de ese característico aroma ferroso que despide la sangre cuando se empieza a secar en la ropa o simplemente en la piel.
Intento mover mi pie al ritmo de la música una de mis canciones favoritas que me hace recordar a mi esposa esa tan popular que estuvo sonando por muchas semanas en la radio. No puedo. Los calambres son en extremo desgarradores; pero la verdad es que me acabo de dar cuenta que un tipo en bóxer me está viendo desde su ventana cubriéndose el rostro con la cortina ¡que collón! No baja a reclamar por el golpe que le di a su coche; (clic) que bien el encendedor del auto ya se calentó es agradable sentir algo de calor. ¡Qué raro! como puede ser que un pequeño objeto de láminas curveadas que están al rojo vivo pueda envolver de una agradable temperatura todo mi gélido cuerpo…
¿Dónde puse los cigarros? Creo que los puse en la guantera, ¡maldición! el cuerpo ya casi no me responde y no puedo ni estirarme para alcanzar el seguro de la guantera ¡maldición!, con un esfuerzo alcance la guantera, la abrí y ¡oh desdichada sorpresa! Los cigarros no están ahí.
Tendido en el asiento del copiloto mirando de nuevo al quemacocos, cada vez el brillo tan celestial de las estrellas se hace más tenue y no alucino, mis pupilas ya tan dilatadas no logran enfocar nada del brillo de las estrellas y la fría sensación sigue avanzando desde la punta de mis pies hasta el extremo más largo de mi cabello.
No tiene caso seguir viendo las estrellas si mis pupilas ya no me dejan. Al estar tendido en el asiento decido voltear mi cabeza hacia el lado derecho para ver lo que hay en el parabrisas, ¡oh! Qué gracioso es el destino porque los cigarros están en la parte superior del tablero y no los había visto antes.
En esta posición en la que me encuentro, es más fácil alcanzar la cajetilla. Qué lindo es el destino con migo porque yo de tonto me avente al asiento del copiloto y ahora el dolor es aun más insoportable de lo que era antes, pero aun cuando este dolor es tan insoportable, no es de ninguna manera ni cercano al dolor que he causado a tantas personas; el solo hecho de cerrar mis ojos hace que vea los rostros de terror y de angustia que los hice pasar.

Ahora que tengo el cigarro en la mano, estoy dispuesto a encenderlo con ese objeto de laminas curveadas al rojo vivo, seguramente este es el color que voy a ver de aquí a la eternidad. Este rojo tan intenso es el rojo de las llamas del infierno que es a donde directito voy a parar
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